Apuntes de una celebración III

Me voy de un lugar a otro

Intranquila

No estoy a gusto en ningún sitio

O quizá en todos.

Lo quiero todo

del ciprés que apunta al cielo

a la vid que me apunta a mi en su racimo.

El jazmín azul

y el granado.

Lo quiero todo.

Y a ti, mi amor,

que también viajas de un lado a otro.

Te pierdo por la barandilla

Y te albergas en el techo rojo.

Y ahora, de nuevo, subes los escalones sostenidos por la hiedra

hasta el olivo junto a la buganvilla.

¿Tú también?

            ¿Tú también sientes

                        ese aguijón

                                   en el costado?

Apuntes de una celebración II

Hemos venido a celebrar un Sí

ese que sostiene vuestros juegos, vuestras penas y vuestras alegrías

también las nuestras.

Ese que nos sostiene.

Un Sí más grande que nosotros

Que nos embulle a todos

Como la ballena de Jonás.

Nos ha tragado y aquí estamos.

Escudriñando recovecos en esta casa preciosa,

buscando otra casa.

Intuyo que no es esta.

Tenemos la misma sed, hijos míos,

esta que se despierta como una fiera al escuchar la fuente del patio.

La nostalgia despereza sus garras.

Quiero más.

            Ese Sí ya lo anunciaba.

Abstract

D. José,

Estamos viviendo un tiempo raro desde que se ha ido. Si no fuera porque sé que nada de lo humano le es ajeno, pensaría que ha sido una travesura su marcha. Que sabía cuanta palabrería se nos venía encima y ha decidido verla desde otro balcón.

El día que se marchó, nos encerramos todos en casa. Unas fiebres o calenturillas nos han atemorizado. A diferencia de su Juanillo o de Mére Angeligne, no hemos visto en ellas a una compañera que nos lleva a países lejanos y que nos suministran la tibieza del amor ausente. Estamos pávidos, cargando a «las batas blancas» la incógnita de la vida. Porque en este mundo que deja, usted bien sabe, que preferimos pedir cuentas a aceptar que la cosa va de esto, de un gorrioncillo temblando.

Nos hemos metido en casa, y si fuera en el brasero de Alcazarén para pensarle ¡qué buena estancia! Pero seguimos llenos de ruido, necesitados de pertenecer a la «intelligentsia» para sentir que estamos en el bote salvavidas, en vez de, como nos recordaba usted de Moliére, «pedir un poco más de queso parmesano» y reconocer que en estos momentos de enfermedad se da lo peor y lo mejor de nuestra condición, pero también un anhelo tal de vida que todo lo transfigura. Y nosotros, como nos decía recordando a su D. Miguel, de lo que estamos muy necesitados es de misericordia con el prójimo y mucha ironía con nosotros mismos.

Y ahora no paro de escucharle. Su voz profética, que ya lo era antes de que la señora de los espejos viniera, hoy se hace presente en medio del acontecimiento como un grito. Pero usted erre que erre, nada de grandes veladas literarias, sino uno a uno con una tacita de loza, como mucho Dora, la raíz y la copa, ahí sirviendo. No vaya a ser que el yo sangre. Pero su yo ha cambiado el mío. Y leo las noticias, escucho las conversaciones de mis vecinos y observo al lilo que tengo en el jardín con su palabra susurrándome al oído con gracia. Como un índice que me coge de la barbilla y me lleva la mirada fuera de los panes multiplicados para hacerme fijar en los lirios como alimento.

Verdaderamente veo sus ojos claros, tras una afirmación seria, hacerse chinos y llenarse de picaresca para que yo también me ría y entienda que no hay que tomarse tan en serio. ¡Naturalmente!, le oigo decir. Y así que no sólo no trivializa el sufrimiento sino que lo ensalza porque lo deja desnudo y le quita la pesadez «de los técnicos». Se queda con ese «pobrecilla la mujer, ¿no?» que exclama su don Agustín en el cuento «La estepa rusa» tras haber enterrado a su marido joven y llevar varias horas en silencio sin querer manchar la nieve blanca con sus palabras. Cuánto echo de menos la suya, don José.

Alcazarén, julio 2019

Y en estas estábamos, cuando le cuento, nos ha sacudido a nosotros también la pena. Y un sobrinillo mío pequeñito como un jilguero ha volado a su primera mañana y nos ha dejado preguntándonos, como ese haiku que a usted tanto gusta, donde se habrá extraviado nuestro pequeño cazador de libélulas. El pequeño era un inocente de Dios, no sólo por pequeño sino por herido en sus cromosomas y en su corazón. Y a intuir que no había cántaro en el mundo que pudiera guardar tanta ternura también me ha enseñado usted. Gracias. Lleva años preparándome para ello tras tantos seres de desgracia que como cariátides les ha puesto usted a sostener el mundo. Quizá por eso se ha roto el cántaro, porque el agua tenía que manar por otros derroteros.

Por aquellos en los que usted y él andan buscando, ya sin pilla a pilla, al Hortelano. Enséñele el canto del cuco mientras llegamos.

Su amiga Rocío

y pasó la vida

Y además, la vida …

Coimbra, sede de la sapiencia

Una casa de madera nos esperaba a las afueras de la ciudad como diciéndonos “alto! Aquí se viene sin prisa”. Así que poco a poco fui, no sin lucha (que hasta para descansar hace falta trabajo), desprendiéndome de mis planes para dejarme sorprender por los que tocaran. Y así ha entrado la paz y la alegría. Los 8 juntos, ni uno más ni uno menos. Tu sei la mia casa.

Coimbra agarrapiñada en la ladera de un alto como encogiéndose para que el río Mondego no le moje los pies. Pero no lo consigue y sigue extendiéndose con el Monasterio de Santa Clara en la otra ribera. Aunque el convento bien podría protestar y decir aquello de “yo estaba aquí antes” con su románico a las espaldas. Siglos y siglos en cualquier rincón, en cada piedra. Y así como si nada, sin importancias excesivas. Me recuerda esto a nuestra americana cuando me decía “aquí, qué antiguo es todo”. Lo decía con envidia, claro. Para una vez que este término tiene su encanto…Pues aquí, en Coimbra, que vetusto es todo. Belleza siempre antigua y siempre nueva. Y su gente, agradecida por ello y sin creerse sus dueños, te acogen con amabilidad y se convierten en los muros más importantes.

Nos ponemos a hablar Con Carla y con Giovanna, estudiantes de derecho. Quieren hacer un doctorado y para sacar un dinero que les ayude en la matrícula venden postales a los turistas como nosotros. Pero la razón de hablar con nosotros no es esa sino la de respondernos a nuestras preguntas, a nuestro interés por aquel lugar, a nuestro piropo al decirles que van muy guapas con aquellas capas. Ellas, como si de su vestido se tratase, se sonrojan y lo agradecen y se las dejan a los niños para que se hagan unas fotos. Nos explican que son signo de respeto y solo se usan cuando el estudiante ya ha cumplido una serie de pasos y “la ha merecido”; además de cubrirse siempre con ella al entrar en el patio en el que ahora estamos dando relieve a las piedras que pisan y contemplan. Una vez que se han despedido, nos volvemos y les decimos que si ellas no venden postales como sus otros compañeros. Nos dicen que sí, tímidas, y yo pienso que ellas también han cumplido ya los pasos necesarios de la humildad, la amabilidad y la acogida para poder hacer el doctorado. Ay si siguiéramos viviendo, y no solo la universidad, tantas cosas con esa conciencia de admiración y agradecimiento…

Al final del día nuestros niños recuerdan este pasaje como uno de los más divertidos de la jornada. Esta es la vida que me gustaría ofrecer a mis hijos, despierta, real, sin tener que guiarme necesariamente por el capítulo “Portugal con niños”.

A los pies de la sapiencia

Alcazarén, atrio del descanso

Julio, como ya sabíamos, ha sido un mes de cansancio y contraste. Mientras los niños hacían de la casa un campamento y aprendían a acoger a la niña de Kansas City que les cuidaba y a la que cuidábamos, nosotros hemos trabajado como si el mundo se acabara y la universidad fuera a ser el último bastión de humanidad que los extraterrestres se encontrasen. Siempre pasa, siempre, desde hace años, es así nuestro fin de curso e inicio de verano, pero no por ello nos pilla preparados. De esta forma estamos hechos. Lo sabemos pero seguimos esperando lo imposible: vivir con paz un mes en el que los hijos no tienen colegio. Ja. Y aprovechar sin cansancio sus energías. Más ja. La vida no es perfecta, pero es vida. Y solo la dureza de nuestro corazón nos hace creer que esto es insuficiente.

Así que vuelvo a entornar los ojos para enfocar y ¡ahí están! Todos los minutos presentes que fueron luminosos y que ni siquiera mi prisa o mi cansancio pudieron con ellos. Porque así afortunadamento también está hecha la vida: no perdemos lo que no comprendemos. Sigue ahí, indicándonos que no es nuestro.

Como estaban las estrellas cada noche esperándonos a que tú y yo las mirásemos desde nuestro jardín. Y tantas importancias habladas desde entonces. Y Alcazarén y D. José y Dora y Port Royal de nuevo.

El tiempo de la libertad

Hoy comienzan nuestros hijos el tiempo de la libertad.

Esta mañana al iniciar el último día de colegio hemos puesto de manifiesto la alegría que esto debía causar. Los 6 con los pelos revueltos y «el buenos días» mascullado por el cansancio apenas nos seguían pero vivían la expectación. Y yo, una vez metida en el coche, me he dicho «…ay…». Y he empezado a recibir los chistes propios del tiempo litúrgico a golpe de whatsap.

Pero ¿porqué junto con el desafío que nos supone este tiempo surge una alegría que no puedo censurar? Yo seguiré trabajando y a la vuelta del arado en vez de a hijos cansados como yo me voy a encontrar a fieras que han convertido la casa en el parque de bolas del Ikea. Y están esperándome los tíos para darme una tunda…

La respuesta la he encontrado en un profesor de Milán del siglo pasado que decía a los padres de sus alumnos «Lo que de verdad quiere una persona, sea joven o adulta, se comprende no por cómo trabaja o estudia – que es lo que está obligada a hacer -, sino por cómo emplea su tiempo libre. Si un chico o una persona madura desperdicia su tiempo libre, no ama la vida: es un necio. Por eso el tiempo de vacaciones es el más noble del año, porque uno se compromete como quiere con el valor que reconoce más relevante en su vida; o bien, no se compromete con nada, pero entonces es un necio».

No estoy expectante por cómo nuestros hijos se comprometerán con este tiempo libre, sino por como nosotros como padres vamos a ser libres en este tiempo. Cómo vamos a mostrarles la grandeza de la vida cuando no hay programación escolar que nos parapete. Si somos libres haremos lo que queramos (esto es mucho suponer, ya lo sé) y entonces se nos verá el plumero y mostraremos aquello por lo que nos movemos.

Así que al quedarme esta mañana sola he decidido hacer la mochila de este verano. En ella he metido un texto sobre tomarse la vida en serio que colgaré cual manifiesto, unas cuantas normas básicas para ayudar a que la necedad se abstenga lo más posible de entrar en casa (que no el aburrimiento que será bienvenido en tanto compañero de búsqueda de tesoros) y una lista donde cada uno tendrá que apuntar lo que lee. Estos son los únicos deberes. No ha entrado ni un solo cuadernillo de vacaciones como no entran excelles o llamadas de trabajo. No se trata de mantener fresco lo que sabemos sino de dedicarnos a lo que aún no conocemos.

Me voy a casa…último día para encontrar las paredes en su sitio. A partir de ahora…¡comienza la función!

Las manos apuntadoras

Me reconcilió conmigo tu mirada sobre mis manos. Si es que fuera tan fácil esto de perdonarse a uno mismo. Mis manos no se movieron con una razón amorosamente premeditada hacia nuestra hija para evitarla el mal de lo vano. Fueron más bien un manotazo de madre que si pilla una nuca y no sólo la tapa del ordenador hubiera hecho un dos por uno tan ricamente. Sí, ya sé que eso no quita ni un ápice de maternidad al asunto. Generación tras generación de pedagogía de la zapatilla, que decía Manolito. Pero…si pudiéramos tener la conciencia en las manos y saber el poder que tienen…

Dándole vueltas a esto me doy cuenta del reverso de las manos. No sólo de la palma, que tapa y también suplica, sino de la mano como indicadora. La mano, la mía, puede tapar de un golpe todo lo necio que entra por los ojos de los hijos hasta el alma, que ahí a ver como se tapa lo feo. Pero puede hacer más. Puede indicar donde está la belleza. Puede quitar la mano de los ojos, como aquel que tiene confianza y no sólo temor, y decir «mira. Todo esto es para ti. Todo está hecho para ti…¿Te lo vas a perder?».

Sé que esta distinción es falaz porque ambas forman parte de la tarea educativa. El reverso no niega, sostiene la otra parte. Pero es fácil olvidar la labor de indicar cuando se está muy atareado en la vida. Dar un manotazo al ordenador dura 20 segundos (estoy incluyendo aquí también los refunfuños de folclore materno indicados en este tipo de dolencia) mientras que apuntar lo verdadero y bello que también esta delante de los ojos requiere de un poquito más de tiempo, de un una vista que vea de lejos. Pero ahí está la diferencia, porque si no me muestras que en el NO hay un SÍ enorme ¿de qué sirve todo esto?

MANOS QUE HACEN CUENTAS /Alberto Durero 1506,
Manos que hacen cuentas