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Ay, querido Fabio, ¿Recuerdas esa pintada en una pared junto al Tíber? en ella se decía, a un tal Fabio, Tu sei la mia vita (y otras cuantas cosas que no entendimos pero que intuímos en todo su esplendor barriobajero, que para eso era un grafitti, oiga) pero lo de Marcello es mucho más, porque ser La Casa es ser todo. Ser la casa es ser ese padre que esperaba, siempre esperando, a ese hijo que no llegaba y que se lapidaba su herencia…a esa casa tenemos que aspirar; o si no, no es casa, es apartamento de veraneo, que no está mal, pero, hombre, no me compare.
Y esa casa se construye con unos muros intangibles (o inmateriales, utilizando tu campo de tesis, marido). Eso es lo que me parece realmente fascinante de la educación, que se trata de construir un lugar de encuentro, de relaciones, que cuenta con el misterio, con la libertad, con la pasión de cada uno (incluída la de los padres)…con todos esos materiales que son de todo menos seguros y limitados. Pero la educación de los hijos, de esos que hemos hablado que nos ponen contra las cuerdas, empieza y nunca termina, por nuestra educación, la de nuestra mirada. No podemos pensar que una vez que somos padres dejamos de «crecer» para que crezcan otros, porque entonces estos pobres que van detrás de nosotros no tienen horizonte. Ellos miran donde miran sus padres y si éstos no paran de mirarles a ellos como único «objeto de estudio» ¿á quién levantarán ellos la mirada? ¿en qué horizonte podrán aprender?
Sabes que junto al de Hannah Arendt hemos puesto un póster de Franco Nembrini. Este italiano de 50 tacos, padre de 4 hijos y profesor de literatura afirma que «Mi padre nos educó invitándonos simplemente -y siempre implícitamente- a mirar aquello a lo que él miraba. Porque la educación no tiene nada que ver con una serie de sermones; no es una preocupación que hay que tener. Es un hombre viviendo. Es siempre un problema tuyo, del adulto: la educación es la capacidad que tienes o no de dar testimonio». Más tarde explica, apoyándose en la obra de Giussani Educar es un riesgo, que este testimonio no se trata de una coherencia moral, sino de una coherencia con el ideal. Marido, esto nos salva de nuestra ansiedad por «hacer las cosas bien», por «ser buenos», porque sabemos que ni las hacemos bien siempre ni somos todo lo bueno que verdaderamente deseamos. Pero si confiamos siempre en lo mismo, en Él mismo, y de eso se trata, de esa coherencia con la esperanza que tenemos en la vida.
Así, vuelve a la carga y expone «¿Pero qué hace usted en este mundo? Toda la cuestión educativa está aquí: es el intento leal de responder a esa pregunta. Responder yo, como adulto, junto con mi mujer. Porque los hijos sólo necesitan este testimonio: contar con un adulto que sepa las razones por las que vale la pena llevar el peso de la vida [tú decías besando la lona, ¿no?]. Todo lo demás viene como consecuencia, podemos ser completamente libres en cuanto a todo lo demás.»
Tengo la tentación de seguir desmenuzando a Nembrini y de caer en el plagio, pero verdaderamente, contar con afirmaciones como estas (recogidas todas en el libro El arte de educar. ed. Encuentro) son para mi, y sé que para ti también, luz y confianza. Nunca podré agradecer lo suficiente estos jinetes de luz, iba a decir en la luz oscura (querido Mesanza), pero ni siquiera!, es en la luz ni chichanilimoná que a veces se da en la vida, especialmente, cuanto unos churumbeles se te han dado y deseas lo mejor para ellos, y te ves tan pobre…
Amenazo con volver con una batería de citas Nembrinescas a lo Paulo Cohelo delante de una agenda en blanco. Estos «amigos italianos» (y aquí recuerdo también a Vittoria Maioli, y por supuesto el eco de D.Giuss -por cierto, no somos de ningún sindicato eclesial, por aquello de las etiquetas…-) ciertamente son una ayuda grande para poner la mirada y el corazón en el tiro, en esta tarea apasionante, agotadora y nunca acabada que es la educación…to be continued, pues!